Nos invitó a probar el resultado de su esfuerzo: Un vino que yo llamo familiar, y que lleva su firma desde el caldo a la etiqueta. A cada sorbo nos íbamos conociendo un poco más; de un syrah rosado con carga de color pasamos a un syrah con cabernet digno de concurso. Un vino coloreado de vida, de violetas bien encontradas, y de taninos ligeros y sedosos al paladar.
Una conversación amena y bien tapeada maridó nuestro encuentro, dejándonos pendientes de otra botella "cascada".
Guardar un ejemplar de Amber en mi bodega es guardar un trozo de esa vida que Ignacio me relató, un recuerdo de honestidad y exigencia que, en los tiempos que corren, no creo que tarde en revivir (a vuestra salud, Ignacio).