25 de septiembre de 2011

Vinos de hielo


El verano es una época de viajes. Para muchos, una oportunidad para conocer nuevas gentes, costumbres, e incluso vinos.

El caso que os traigo me sucedió hace unos días, cuando llegó una clienta  entusiasmada por un vino había descubierto en Cataluña y que yo no podía ofrecerle: el "vin de gel", "vino de hielo" −como me dijo ella−, o "eiswein", que es como se conocen estos vinos originarios de Austria, Alemania, o Canada, donde comenzaron a producirse casi por casualidad.
Estos vinos son un todo un prodigio que hermana viticultura y naturaleza. Una decide y la otra elige; y por tales caprichos una uva sobremadurada espera en la cepa hasta que llegan las primeras heladas. Es entonces cuando, aprovechando la madrugada, se corta un fruto cristalizado con altos niveles de azúcares y acidez. Esto alargará su periodo de fermentación y dará un vino de excepcionales características organolépticas que recompensará el riesgo y el coste asumido.
Realmente, son pocos los lugares de España que propician este tipo de vinos por lo que no siempre es posible obtenerlos de forma natural. Los más reconocidos se han conseguido en Cataluña y Rueda. No obstante, y dado el éxito de los "eiswein", la industria vitivinícola ha comenzado a imitar estos procesos naturales mediante el uso de nieve carbónica (hielo seco, o dióxido de carbono en estado sólido) a modo de maceración en frío (criomaceración) antes del prensado. Aunque los resultados no sean los mismos −ni tampoco se pretende−, podemos sacar un gran partido a la uva, mejorando su aromaticidad y reduciendo la oxidación.
 
Sin ir más lejos, en Granada ya son varias las bodegas que trabajan en sus instalaciones con este sistema, ofreciéndonos unos vinos tan sorprendentes como los que esta amiga descubrió tan lejos de aquí.
Próximamente dedicaremos un monográfico a estos vinos; por lo que, si estáis interesados, os invitamos a asistir.

23 de septiembre de 2011

Almaraes rojo y blanco, un vino con los colores del Granada CF.


Ayer se presentó el vino del Granada CF. Una excelente iniciativa por el perfecto maridaje de dos aficciones: la del vino y la del fútbol; la pasión y la ilusión.
Se trata de una edición limitada de 60.000 botellas del Almaraes tinto, una de las insignias de las bodegas Pago de Almaraes. Un vino con crianza de 6 meses en barricas de roble francés, americano y húngaro, sobre un coupage de merlot, tempranillo, cabernet sauvignon y sirah. Un vino redondo, sin estridencias, que dará mucho juego tanto en el ataque, de copeo, como en la defensa de un banquete.
Un proyecto al que auguramos muchos éxitos. De venta en la tienda del club y en establecimientos seleccionados. Desde Le Petit Verdot, nuestras bendiciones:


Algo tendrá el vino cuando unos lo piden y otros lo bendicen...
Algo tendrán mis colores cuando observo mi copa roja sobre tu tela blanca…
Algo tendrá tu aroma cuando tanto me llena.
Algo sabrá Granada cuando a sabores nadie le gana.

De vinos y mujeres presume y no carece,
tanto como de tierras planas, valles, y montañas.
De equipo de primera y grandes hazañas.
De soles y nieves, de tapas y güena gente.

De eso sabe el vino de Granada:
de fusionar ilusión y placer.
De vivir el momento;
de alzar copas y brindar,
aspirando el pálido Mencal,
a la salud del Memento.

A todo eso sabemos en bodega:
a equipo que nunca decae,
con goles rojiblancos en primera
y vino rojo de Almaraes.

14 de septiembre de 2011

Mencal, un blanco perfecto

Irritado por aquellos morenos ostentosos de última hora que parecen  rodearme; éste, que veraneó entre vinos, se dispone a enrasar envidias  con un blanco entre los blancos. Un rubio, casi albino, cuyas bodegas  terminan de recoger los racimos de Chardonnay, Sauvignon Blanc,  Verdejo, Moscatel y Torrontés, que esperamos sean tan generosos como el que hoy os presento.

Hace tiempo que buscaba el lugar y el momento junto a este blanco: Una  banqueta frente a un banquete; y esa intimidad que nunca tuvimos  para sentarnos frente a frente y sentir la confianza. Lejos de tabernas y  cotillas, de tapas calientes y miradas frías. La ocasión llegó a finales de  Agosto, coincidiendo este año con la uva madura y las botas preparadas.
Llegado este encuentro, reconozco que me intimidé por tanta presencia.
Un dorado pálido que no esconde nada, trasluce honestidad y un brillo casi angelical en copa. Sus aromas y sabor son complejos en comparación a los blancos que acostumbro. Los primeros −terpénicos− delatan una buena fermentación en frío y el excelente trabajo en las bodegas de Pago de Almaraes, aflorando casi literalmente en el escanciado. Recuerdos a pomelo y cítricos intensificados por la moscatel de Motril que, como aquellos perfumes generosos, impregnan de una huella irresistible que siempre busca su primera evocación.
La complejidad de todos sus matices y notas se convierten en armonía a cada sorbo, y aquí es donde me descubro ante tanta presencia. Aun sabiendo que esto podía suceder, reconozco que podía haber mejorado el maridaje. Nos aventuramos con unas gambas blancas de Huelva a la plancha y unas conchas en salsa. El ajo y la guindilla tropezaron con la armonía, y la gamba se quiso desmarcar en el posgusto sólo reservado al Mencal. Por lo tanto, recomendaría que al maridar este vino, primero, lo probasen a solas, ideal para copeo y de tapas; y, posteriormente, le dejasen pedir por su boca alejándolo de sabores "perjudiciales". Se merece resaltar por si mismo y sin andamiajes.

En próximas ocasiones puede que lo invite a un postre (una tarta de frutas sería ideal), a ensaladas con mucha imaginación, pescado blanco, calamares o, incluso, me atreva con un paté (mejor que foie) de esos que texturan con trocitos de carne.
En definitiva: un vino complejo, ligeramente seco, de enorme presencia aromática, y para echar de comer aparte.